Mi recorrido mañanero hasta el trabajo se ha convertido en un juego. Un pasatiempo. “Mi rutinario Dejavú” lo llamo.
La hora es muy importante. Si me paso diez minutos más en aparcar, los personajes cambian… Y la puntuación no es la misma.
Sobre las 7:10 comienza. Móvil en mano, me interno en las callejuelas del viejo casco de la ciudad. Sus empedradas calles me dirigen a mi primera gran prueba: la iglesia de Santo Tadeo. El sonido de sus somnolientos rezos matutinos, te cubre como el olor a pan recién horneado, incrustándose en tu oído interno: hasta el martillo. Y entre sus feligreses, una bandada de palomas, limpian las escaleras de acceso, y alguna profana incluso el Templo descaradamente. No puedo imaginar a los que viven en los alrededores de esta iglesia que sean ateos.
Sobre las 7:10 comienza. Móvil en mano, me interno en las callejuelas del viejo casco de la ciudad. Sus empedradas calles me dirigen a mi primera gran prueba: la iglesia de Santo Tadeo. El sonido de sus somnolientos rezos matutinos, te cubre como el olor a pan recién horneado, incrustándose en tu oído interno: hasta el martillo. Y entre sus feligreses, una bandada de palomas, limpian las escaleras de acceso, y alguna profana incluso el Templo descaradamente. No puedo imaginar a los que viven en los alrededores de esta iglesia que sean ateos.
Todavía resuenan los “Ave María” en el aire, cuando me someto a la calle más monótona y aburrida de mi recorrido. No antes de insertar 100 puntos en mi Blog de Notas.
Antes, cuando sus aceras eran mínimas, casi para anoréxicos, y los coches podían aparcar, sobre la acera, incluso, había más gente que ahora. Aunque para sortearlos tuvieras que bajar de la minúscula parte libre que quedaba para los transeúntes, el hecho de ser de libre estacionamiento, la inundaba de vida. Ahora, sus enormes orillas la han desertizado. Bueno, lo importante para el juego es el pedigüeño que dormita en la entrada de uno de los garajes anexos. No creo que haya un lugar peor para pedir limosna en toda la ciudad. Por eso que si está y extiende su mano a mi paso, son otros ciento puntitos.
Al doblar la esquina al final de su cuesta, giro hasta llegar a la pequeña, pero coqueta, panadería donde compro mi desayuno. Sólo caben cuatro personas en fila. Mi llegada coincide con la monja de la mala hostia, la rubia del Croissant y el niño de los chicles. Por ese orden, inmutable la fila. ¿Por qué la llamo la monja de la mala hostia? Por sus respuestas “-¿Quiere bolsa? ¡Ves que llevo alguna! Y son sólo las 7:20. No quiero imaginar su carácter cuando llega la noche. La chica del Croissant: obvio. Sólo, seco, pero bien tostado, eso sí. Y luego el mejor de todos: el niño de los chicles. Él no sabe de sabores, su magnífica memoria solo retiene el color y el dibujo de sus envoltorios: el que tiene las bolitas violetas. ¿El de uva?, no sé, el que es plateado por los bordes. Así puede estar, mientras pregunta si aún le sobra dinero, hasta que se lo gasta todo. Y a veces devuelve alguno añadiendo su gran comentario. ¡te equivocaste! A la que añade su cara de infante cabroncete..Esos son otros 300 puntos más para mi marcador.
Con mi bocadillo de pan integral con pavo, XXL: estoy a dieta pero tengo hambre, voy hacia mi parte favorita: la chica de las sonrisas. Es la calle más estrecha de todas. Coincidimos, casi al unísono, doblando las esquinas opuestas. Es pequeña pero muy guapa, bien vestida: seguro que trabaja en alguno de los numerosos Bufetes de abogados de la zona. Nunca me mira, siempre va con sus ojos hundidos en las baldosas del suelo. Oyendo su Ipac, imagino que algún programa matinal de humor: de ahí sus recurrentes sonrisas. Pienso que al pasar a su lado me sigue con todos sus sentidos, como yo a ella, menos con el de la vista, claro. A ella le doy siempre 200 puntos ¡se los merece!. ¿Y si sus ojos fueran verdes?, cien más.
Pensado en que algún día se dignará mirarme, salgo de esa callejuela para encontrarme con el niño que intenta educar a su enorme perro. Lo maneja como la barita de una mayoret, pero el perro va a su bola: a sus necesidades, vamos. De pie sería el doble de tamaño que el niño (creo que es un Dogo), pero tiene mucho aguante El quiere correr, pero el niño lo retiene y retiene a su paso, emulando a un adiestrador profesional. Creo que estoy en disposición de contarles, dentro de unos años, si lo ha conseguido. 150 puntos más (cincuenta por el crío)
Tras él llega la jauría, como yo les llamo. Un grupo de estudiantes de uniforme que ríen mucho. Sus divagadas conversaciones siempre derivan en los programas estrellas del momento; en este caso “Acapulco Shore! “las chicas este año están más locas que los Gueys, jajaja” ¡sí, sí!, jajaja, “son unas pinches pendejas, jajaja”. La infantil inocencia de su levedad. Pero me hacen sonreír a mí también. Otros 100 puntos por el grupo.
Ya llego, ya veo la puerta verde de mi oficina. Ahora haré recuento. Acerco la llave a la cerradura y… ¿tienes un cigarrito? ¡Dios! Me olvidaba de él. El vagabundo alcohólico que duerme en los bancos de la plaza de este edificio. Vuelvo a sacar la caja de tabaco y le muestro uno. ¡joder, no querrá que encima se lo acerque hasta allí!. Ni se inmuta. ¡que huevos tiene”, pienso, aunque con este frío y lo duro de la madera de ese banco, creo que esas piernas están más dormidas que él mismo. Bueno, 100 puntos más.
No ha sido mi mejor puntuación, me han fallado el cura y el señor del caniche: los que sólo hablan del tiempo que hace, si no hay partido de Champion por medio, el agente que juguetea con el móvil y lleva gafas de sol a esas tempranas horas, la señora que tira de los niños como si fueran cometas, el "técnico" de limpieza viaria que obliga a marchar al vagabundo para poder regar las palmeras, incluso después de llover, el anciano que "emula" hacer footing llevando ropa de calle, etc...
1.050 puntos, ¡no esta mal! para un martes. Cierro el móvil. Game Over.
AUTOR: Sergio Suárez.
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