Nunca lo he contado, pues soy un convencido incrédulo en vuestros menesteres, pero el acomodo y la amabilidad de esta casa, bien merece la confesión de un peregrino Ateo.
En la mortecina luz del anochecer de un octubre de hace diez u once años, mis fríos dedos palpan el relieve de la concha incrustado en la columna de entrada que daba al jardín. El plano dice que es la más humilde de todas. Ya queda poco para Santiago.
Lo recorro casi a tientas, pero el olor a flores me informa de su exquisito cuidado. Aunque la puerta está abierta, los gruesos muros del marco confirman que no es la original: demasiado delgada, y eso me gusta. Su falta de ostentación no requiere más seguridad que la de esa ínfima portezuela. Es la que necesito, y lo ratifico al entrar.
A la izquierda un modesto confesionario con el espacio justo para certificar el anonimato de sus feligreses me trae recuerdos de la niñez. Al pisar el suelo firme de la primera estancia, mis pies me recuerdan también los duros trece kilómetros de esta última jornada, pero el hecho de haber llegado al lugar recomendado contrarresta cualquier síntoma de cansancio.
A la derecha, custodiada por dos desnudas columnas, se interna el pasillo hacia el altar. Ocho filas de bancos a cada lado, me guían hasta el sagrario que tiene impostado a ambos lados un simple cirio emitiendo la escasa luz de la que se nutre la humilde ermita. La inmóvil llama se refleja tras su jaula de cera.
Evito la primera y la última y me siento en la quinta fila. Ni muy lejos ni demasiado cerca, fiel a mi perfil ateo. “Él me escuchará desde cualquier sitio” me insta mi voz interna. Me acomodo evitando estirar mis pies doloridos, “otra imposición de mi niñez”. Y entonces, le explico el motivo del porqué peregrina un ateo.
-Sé que podría hablarte en cualquier lugar del camino, que me escucharías igualmente, pero como tus generales han dispuesto estos espacios como caminos directos hacia ti, he decidido venir a tu casa- confesé, mirando la inmensa cruz pintada tras el altar, la cual, siempre he relacionado con alguien que te espera con los brazos abiertos. -Pienso que a ti te hubiera gustado más cualquier comedor o dormitorio benéfico, según tu mensaje original, que estas opulentas estancias de espaldas a la realidad, pero queda confirmado que aun alguien respeta tu palabra- expresé en voz alta, mientras las llamas de las velas seguían inmóviles emitiendo su humo negruzco hacia el techo de madera.
-Quiero que sepas que no le hablo a la iglesia, que mis palabras son para los oídos del carpintero que un día decidió enfrentarse a todos y a todo. Vengo de parte del amigo del amigo de un buen amigo, ¡ya sabes!, tiene un cáncer terminal, y antes de que se vaya de este mundo, quería hacer el camino por él. No he encontrado otra forma más inspiradora que haciendo esta penitencia tan emblemática. La cual ya te confirmo que el final no será esa inmensa mole de piedra que dicen guardar los huesos de tu aposto. Pienso que si pesaran todos aquellos que dicen pertenecer a tu discípulo, y que deben estar repartidos por medio mundo, sus pisadas debían oírse a kilómetros. Quiero decir con esto que soy un hombre de ciencias, y aun así respeto a esos millones de fieles que siguen viniendo a escuchar a tus generales tras haber encontrado, ya hace mucho tiempo, los primeros huesos de Dinosaurios. Lo entiendo “la fe del ser humano es incomprensible”, aunque para mi la derrocha en el sitio equivocado-
El silencio en la basílica es amenazante, casi puedo escuchar mis propios pensamientos que ruedan por mi mente segundos antes de que reboten en la increíble acústica del templo. –Aquellos a los que tus mandamases bautizaron con el nombre de “Iluminatis” han dado pruebas, una y otra vez, de que la historia inventada por quienes se autonombraron vicarios tuyos, contradicen sus mentiras una a una. Sintiendo mucho no poder ayudarlos en la medida que hasta este momento, ni Cain, ni Abel hubieran sido capaces de engendrar vida. Como verás mi alma atea no titubea ante su inefable y vergonzosa manera de imponer sus criterios a fuego. Y nunca mejor dicho: si el infierno es el lugar más aterrador y temible previsto para las personas de corazón impuro, ¿por qué tenían tanta prisa en la Santa Inquisición en quitarles tal placer a los demonios que dicen vivir en él- En este momento me paro a reflexionar en mis últimas palabras y reordenar la idea que me ha traído hasta aquí.
-Bueno, he mentido al decir que mi alma nunca ha titubeado. Es ese mismo el motivo que me ha traído ante ti. Y tan sólo para hacerte una pregunta. Ayer noche, casi a rastras y maltrecho, llegue a una pequeña cabaña a trece kilómetros de camino de aquí. Al principio parecía estar abandonada, aunque la luz de su interior, que parecía emitir una llamada silenciosa a mi cansado cuerpo, gritaba a viva voz que alguien estaba haciendo pan. Casi no llegué a tocar la puerta, cuando me recibió un ser humano enorme: pelo largo, largas barbas y una mirada que contenía todo el cariño del mundo. Parco en casi todos sus modos, menos en el de la amabilidad y cortesía al viajero. Pan, vino y todo el alimento que poseía me fueron ofrecidos. Con alegría pude comprobar, que bajo aquellas ropas de Hippie, se escondía un ateo como yo. Nada de lo expuesto, fuera en paredes, mesas, o muebles, podrían decir lo contrario. Ni una referencia a hitos religiosos, ni de cualquier otra índole. Como digo, hablaba escasamente, pero no era la cantidad de palabras que salieron de su boca, como la importancia de todos sus matices, incluso al contarle mi propósito, del que gracias a él he llegado hasta aquí, eran en verdad los que me han hecho reflexionar hasta construir esta pregunta… ¿lo enviaste tú?
Nunca lo he contado, pues lo que ocurrió a continuación, e ignorando todo lo que un buen cristiano podría considerar como herejías e insultos a su iglesia, incluso, alguna inocente mentira, aquel hombre de mirada amable apareció ante mí. De espaldas, mirando la cruz, elevando sus manos a lo alto. Vestido con las mismas ropas del día anterior, se giró hacía mi y me invitó a salir, mientras los cirios se consumían a marchas forzadas. El olor a flores se intensificó por un millar, mis fosas nasales no podían evitar ser agredidas con tal plenitud de incomparables fragancias, y justo de pie en el centro del jardín me señaló el camino a seguir: hacía las luces de Santiago.
A día de hoy puedo decir, ante vosotros hermanos, en esta humilde y austera abadía que ha acogido mi alma de viajero como uno más, que moriré de cualquier cosa menos de cáncer.
AUTOR: Sergio Suárez.
Me parece un muy buen relato tocayo! Lo que la fe logra es lo que la ciencia no ha podido, ni imitar ni explicar!! Saludos tocayo!!
ResponderEliminarGracias tocayo. Creo que para hablar de Religión no estoy ungido todavía.
EliminarGracias por tu amable comentario.
Saludos.