martes, 7 de abril de 2015

Entre olor a pastelitos, té y camomila


09:30 horas. En el ala de servidumbre de la Mansión Cydar Cross se estaba terminando de recoger el servicio del desayuno. En el ambiente todavía flotaban olores a mantequilla, tostadas, pastelitos, té y camomila. Se respiraba el ajetreo de las doncellas y los ayudantes de comedor, absortos en retirar delicadas tazas, platos, cubiertos de plata y teteras, cuando la pequeña campanilla de la biblioteca, comenzó a emitir su particular aviso de llamada: y él ya sabía quién le requería.



Treinta y siete segundos después, sus manos enfundadas en unos guantes blancos como lienzos vírgenes, abrieron las enormes puertas de roble de aquel cuidadísimo archivo, repleto de Tratados y Obras Literarias, de más de trescientos años. 

-¿Quería verme? Señorito Dayton-

Parado estoicamente junto al sillón central de leer, dijo -Hola Dobson, sí, tengo un problema. Sé que es absurdo lo que voy a decir, pero no encuentro la pitillera de oro-

-¿La del escudo de su familia? señor- preguntó -debe valer una fortuna, si me permite el comentario. ¿Dónde la vio por última vez?

-Sí, esa misma. Ayer estaba sobre la mesa de mi despacho, junto a la pequeña bandeja de oro blanco: la de las plumas estilográficas del difunto Señor Cross. No quisiera ser agorero pero ya sabes lo que pasó hace tres años con aquella primera edición, y luego tuve que despedir al “joven” Jackson, como le decía mamá cariñosamente, a pesar de sus sesenta y dos años. Sabes que lleva mal mucho tiempo y a veces se le va la cabeza. ¿No queremos que ocurra otra vez?

-Claro que no, señor, nadie querría pasar por una situación igual, de nuevo- respondió, mientras ladeaba la cabeza en una actitud de empatía, antes de mirarle directamente a los ojos y decir -Ahora que lo nombra, señor, y no quiero ser inoportuno: siempre me he preguntado ¿por qué no lo denunció a la policía?, creo que tenía un valor incalculable.

-Ya, bueno, el valor era más sentimental que monetario, pero no quería hacer pasar a mi madre por ese trance, fue su mayordomo durante casi veinticinco años.

-Ya lo sé, señor, comenzamos juntos al servicio de la familia Cross. Me dio mucha pena verle marchar, aunque George a dado la talla, ¿no cree? señor-

-Sí, por supuesto. Y a mí también me sobrecogió la marcha de Jackson, no creas, casi me crió él-

Ambos se escrutaron la mirada durante unos segundos, hasta que el mayordomo se abstrajo para decir.

-¿Qué quiere que haga en esta ocasión, si no se encuentra? Señor-

Su usual sonrisa: esa misma que mostró al despedir al viejo Jackson, inquietante e inexpresiva, se desplegó de forma mecánica, al recordar.

-Por cierto, he encontrado una noticia en una revista especializada acerca de un libro igual al que se “extravió” en aquella ocasión, señor. Se ha subastado, anónimamente, por doscientas treinta mil Libras. Oh, disculpe de nuevo mi atrevimiento, señor, pero me fascinan esos artículos tan bien impresos: la calidad de los detalles. Si no recuerdo mal he creído ver un ejemplar a los pies de la cama de Lady Cross, pero, dispénseme de nuevo, señor, tienen unas fotografías tan ilustrativas y tan bien realizadas. Menos mal que Lord Cross fue previsor y las marco con una tinta especial traída desde la India: de esas que vuelven a la vida al contacto con el ácido de algunos cítricos -

Volviendo a mostrarla al terminar, más amplia y casi imposible de superar que la anterior.

-Perdón, es mi única pasión, señor. Ah, sí, ¿Cómo procedemos esta vez?-

La respuesta de su interlocutor vino acompañado de varias abruptas toses, antes de decir:

-Nada, nada, no hagas nada, creo que ya sé donde la he dejado-

Sin recordar la última vez que esa sonrisa fue espontánea y sincera, preguntó.

-¿Le sirvo algo al señor? . Un Whisky de Malta, creo que aún quedan dos botellas de aquel reserva especial que le gusta tanto, señor-

-No, Dobson, no tomaré nada. Y ahora déjame, tengo trabajo-

-Bien, señor. ¿Le importaría que me ausentara un par de horas?, señor. Debo devolver dicha revista a su dueño, y de paso ayudaré a mi gran amigo Jackson en la Villa de los Patton, me coge de camino. Necesita ayuda, ¿sabe?, está aprendiendo a leer. Después de tantos años. ¿No es increíble?, señor. ¿Quiere que le dé recuerdos suyos?, señor-

-Sí, Dobson, dele recuerdos, y ahora quiero estar sólo-

El viejo mayordomo, añejo como la sabiduría, esperó a estar cerca de la puerta, antes de sujetar nuevamente los relucientes pomos con sus inmaculados guantes, para volverse y decir.

-Si me permite, señor, le diré que tiene usted mala cara, ¿de verdad, no quiere esa copa? Oh, disculpe, señor, es la campanilla del cuarto de Lady Cross, parece que es urgente, subiré rápidamente antes de salir, estoy seguro que es importante, normalmente suena dos veces nada más-.

09:48 horas, el ala de servidumbre de la Mansión Cydar Cross estaba terminando de recoger el servicio del desayuno envuelta en ricos aromas de los mejores manjares, mientras el personal observaba como la campanilla de la habitación de Milady, parecía estar siendo sacudida por un tornado.


AUTOR: Sergio Suárez.

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