Cinco metros y
medio de eslora y dos de manga a la búsqueda del sueño de papel. Detrás las
luces de su pueblo se disuelven. No, no es niebla, son lágrimas que cristaliza
la costa Ifneña.
Rachid es un
hombre, soy un hombre. Agacha la cabeza y reza:
Bismilah irraham irahim
al hamdolilah irabbi al alamin
arrahman irrahim
Recuerda los tres besos de su madre, el último en la frente, el de la bendición. Un poco antes repara una tagine de pescado frito y ensalada de pimientos rojos y verdes asados con limón y comino. A Rachid le gusta aderezarla con salsa blanca de Tahína, al sabor del sésamo parece que el cielo invada su boca. Naíma envuelve algunas tortas de msemen con miel y lo guarda en la mochila de su hermano, los españoles lo llaman dulces de pañuelos por la manera que tienen de doblarse sobre si mismos en cuatro pliegues simétricos.
—Adiós madre
—Dios te bendiga, hijo
Baba mira en silencio los preparativos de su hijo, es de los que
aguantan pasivo porque tiene una familia agarrada a su espalda. Espera a que
abran la prometida factoría de salazones, o que del cielo llueva maná, o que
crezcan nomeolvides en las dunas. Mira impasible como se aleja la pesca del
pueblo, tanto sudor desperdiciado. El beneficio para el que ordena y manda,
agacha el gesto y calla.
—Padre, soy joven y fuerte y me muero de
impaciencia. No soy un perro, soy un hijo de la tribu de los Ait Baamarán, por mis venas corre un
guerrero. —El hijo levanta la cabeza con orgullo, mientras el padre reza su rosario
de ámbar.
—Tengo una lancha preparada, sólo hay que esperar a que el agua esté como una alfombra. — le dice su primo Muley en el puesto donde trabaja en el mercadillo, bajo el azul de una manguera que pende sobre sus cabezas. El candil de petróleo tiñe de ambarino tono los racimos de dátiles expuestos e incendia de amarillo los higos secos, acentúa el azafrán colocado en pirámide y el bermellón de las especias y de las aceitunas moradas.
—Nos tenemos que ir Rachid — le reclama con urgencia urgente entre los rollos de papel higiénico, latas de conservas, escobillones, bolsas de pañales, se recargan móviles, que ya no es tan típico el mercadillo. Cuando vienen los turistas esconden el plástico, en su lugar cestas de mimbres, alfombrillas, canastos de esparto. El nylon no mueve el dírham.
Hablan
junto al oscuro mostrador de la carnicería, fuera del oído de su padre, tras la rotunda espalda de tela verde de una mujer
marcada de glúteos. Gala Ifneña.
Sobre ella pende la cabeza ensangrentada de un camello con la mueca amarilla de
los dientes y parece que sonríe desollado. Más colgaderas de carnes hisopeada
de movibles lunares negros, moscas ahítas de glotonería pegadas al enorme
pastelón sanguíneo, mil veces mil al
tamaño de sus bocas. Las moscas no pasan hambre en Sidi Ifni. El carnicero es un muchacho con calva y camiseta de
letras que pregona “Green Peace” y no
pega nada el ecologismo con el muestrario de cadáveres a tanto el kilo.
El abigarrado mercadillo bulle en la
noche del sagrado Ramadán. Todo hierve al ritmo de la fiesta, al compás de la
música, al olor de jarera y cordero y
cuscús y en nos tenemos que ir
Rachid, te hago el regalo de ofrecerte un sitio amigo mío, sabes que nos sobran
los candidatos. Muley está inquieto.
—
¿Cuántos somos…y quiénes? —pregunta Rachid.
—Hibrahín, los dos hermanos Abdalá y nosotros.
Sellan
con un abrazo apretado el compromiso para la primera noche de mar en calma y
tiempo propicio. Sus ojos brillan Brillan más que el carbón del anafre donde se
asa la carne.
Por la calle de Ibno Sina, la de Ibno Abed Lah y la de Al masira...se va su espalda. Detrás deja a su familia, su casa.
—Adiós hijo.
Resuena
una sura en la noche sin luna, cantinela apagada que acompaña el sonido del
motor de gasoil. Golpea el agua la proa con monótono ritmo, mientras Rachid
reza:
—Guíanos por el sendero recto, el sendero de
quienes agraciaste, no el de los execrados, ni de los extraviados.
Ibrahim vomita, Rachid pasa un brazo
por el hombro de su amigo y aguanta las arcadas, mientras amanece o parece que
amanece.
Allah es grande y Mahoma su profeta.
Autora: Isabel RC
Precioso cuento sobre, los más que desdichados viajeros del hambre y el progreso, en busca de una vida digna.
ResponderEliminarGracias Isabel, por compartirlo con nosotros
Hermoso viaje hacia Empatía.
ResponderEliminarEl Valbanera naufraga en la costa cubana en 1919. 400 perecen, casi todos canarios.
NO son como nosotros
SON nosotros
Muchas gracias Juanje, por tu ilustrativo comentario.
ResponderEliminarGracias.
Hola Carlos, gracias por subir este relato, han quedado muy bien las fotos. Graicas Juanje pro tu comentario. La franja de mar ente las canarias y África es un cementerio marino, como diría Paul Valery.
ResponderEliminarEn otro momento con calma les leo sus aportaciones.
Un abrazo para ambos.