jueves, 23 de octubre de 2014

Breves y huidizas


El día era casi tan claro como el de hoy, casi tan apacible y casi tan aburrido. Mientras, el rebaño pastaba placidamente en un frondoso prado, de un verde fulgurante e intenso, bajo su atenta mirada. La mañana había cundido y las ovejas estaban casi saciadas. Las últimas lluvias acaecidas, eran las responsables de esa relajada sensación que le permitía no tener que buscar la comida de los animales más allá del límite de sus tierras.

Agradecido por ello, dormitaba a ratos, estirado cuan largo era, sobre la renovada hierba, apoyando su cabeza sobre el agradable calorcillo de una piedra secada al sol del medio día, cuando creyó escuchar algo traído por la refrescante brisa que removía juguetona el ala de su destartalado sombreo de paja.

Y lo que creyó sentir fue apenas una susurrada intensión de advertencia. Una sola vez, en el simple pero claro recorrido de aquella racha fugaz y solitaria, que desapareció irremediablemente, volviendo a dejar al radiante sol penetrar nuevamente la curtida piel de sus desnudos brazos.

¡Ya llega! Fueron las palabras que en su interior se abrieron paso de forma cognitiva, como habla la sinopsis de las neuronas humanas, directamente y sin la desazón de la intriga, hasta el corazón.

Y entonces, su mente y sus ojos se abrieron azarosamente de par en par al recordar las palabras de su abuela cuando tan sólo levantaba un palmo del suelo y ya comenzaba a ayudar en la granja. – La naturaleza nos habla, Dimitri-

La sensación creada en aquel insipiente cerebro dentro de su cuerpecito de hombre, fue el comienzo de una inagotable avalancha de preguntas: ¿cómo?, ¿por qué? ¿a quién?.

-A todos, Dimitri. Unos pocos la podemos escuchar claramente y los demás tienen que estar atentos a las señales que ella nos muestra a diario. Con su propia voz, los que estamos predestinados a ello, y al resto, a través de signos irrefutables, pero a los cuales deben atender sin distracciones. En el viento, el cual arrastra sus propias palabras. En el reflejo de la luna, formando claras y fugaces instantáneas de aviso en la superficie acuosa de mares y ríos, En las sombras producidas por nuestro sol, impresionando en personas y cosas igualmente breves y huidizas al ojo distraído-

La muestra de la veracidad de las sabias palabras de su abuela, todavía hacían temblar sus callosas manos y ahora, erguido hacía el deslumbrante sol, creyó intuir la figura de un aterrador tanque dirigiéndose a su mundo, formado por el farallón rocoso en la cima de la colina donde pastaran tantos rebaños como distintas generaciones de su familia había habitado esa inagotable tierra, cruzado por el reseco y chamuscado tronco del milenario pino, que en la última tormenta un solitario rayo destruyera.

Y más allá de las altas montañas, unas temibles nubes negras, salpicadas de una alarmante luz roja anaranjada, tan lejos del atardecer, le advirtieron que la ruindad y la incapacidad de entendimiento del ser humano habían dado comienzo a otro nuevo conflicto bélico.


1 de septiembre de 1.939 - Montes Tatras, Polonia

Sergio Suárez Hernández

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