El embargo que le produjo verse ante aquel
extenso espacio vacío y yermo, no recordaba haberlo sentido jamás. Ante el
inicio de un desapacible escenario donde había sido abandonado, a pesar de ser
a voluntad, inerme y huérfano, abrigando su escuálido cuerpo, por primera vez,
el miedo más aterrador del ser humano: la soledad.
Compartiendo los extraordinarios
acontecimientos que lo habían llevado hasta el borde de aquel páramo, ahora el
miedo absorbía por completo ese momento, y una triste reflexión se apoderó de
él: -¿qué abominables tropiezos habré cometido para terminar ante esta estéril
escena que se abre ante mí?-
Como único objeto, bajo una luz irradiante y
plomiza, un báculo, un bastón donde apoyar sus desvanecimientos presentes y
futuros, el único ente además de su propio cuerpo que emitirá sombra en aquella
planicie recóndita a partir de ese instante. Y le pareció, de improviso,
titánica.
Cuatro puntos cardinales, y tan sólo uno para
elegir. Hacia delante, ¡hacia el norte!, en busca de lo tan deseado desde su más
tierna infancia y que ahora paralizaba sus pies y secaba su garganta. Con su
inmutable mirada, dirigió su vista hasta el horizonte de la blanquecina explanada,
confirmando que de adentrarse en ella ya no cabría la posibilidad de volverse
atrás, nunca, hasta llegar al final de su travesía. Sabía que aún no viendo
nada ante él que le pudiera retener por más tiempo, se encontraría con
numerosas situaciones que dificultarán su avance y que su mente sería su mejor
arma para aplacar cuantos demonios quisieran desviarlo de su camino.
Tan sólo como ocurren en lugares solitarios
como éste, comenzó a escuchar su voz interior. La única que lo alentará en sus
primeros pasos, levantará cuando desfallezca y que le recibirá cuando acabe
éste enigmático viaje. Esa misma voz que no le dejará cerrar sus ojos, sólo
dormitar a ratos, con el sublime y fiel propósito de no dejarle abandonar su
objetivo deseado.
El sudor de su frente y el nerviosismo de sus
manos, al empuñar con fuerza el cálido apoyo de la única herramienta con la
contará en su futuro presente, le recuerdan nuevamente que está aquí por propia
voluntad. Y la hora ha llegado.
Con un simple paso, que esculpe con firmeza en
el áspero territorio en el que ababa de adentrarse, en ese otro desierto, comienza
a escribir lo que ya será su leyenda: “En
un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme….”
Sergio Suárez Hernández
Esa voz interior que empuja hacia el norte, es cierto, y lo sostengo: la mente es un arma poderosa, de doble filo sí, pero si se aprende a dominarla, puede aplacar a ese tipo de demonios.
ResponderEliminarSaludos.
Muchas gracias Alejandra. Me imagino al hombre ante esa inmensa hoja de papel, como en un desierto, que no enseña sus peligros hasta que te internas en él y no hay más remedio que seguir.
EliminarGracias por compartirlo. Un enorme abrazo.