jueves, 13 de noviembre de 2014

El cuarto de pensar



Para entrar en el Reino de los Cielos se necesitan cumplir dos requisitos muy estrictos: haber sido una buena persona y estar bien muerto. Adrián Bonaventura, había cumplido con el 99% del primero y el 100% del segundo.



Obviamente quería entrar pero, al llegar a sus puertas, el ángel que lo recibió le expuso las dudas que tenían sobre ese 1% que lo hacían, de momento, no merecedor de poder sentarse a la vera del creador.

-“Su expediente tiene defectos”-, le explicaron, mientras detrás de él se iba acumulando una breve cola de anodinos rostros.

Al mismo tiempo que hay Cielo, por supuesto, hay Infierno. En éste no hace falta haber sido una mala persona en su 100%. Basta con serlo y punto. Lo de estar muerto sí, pero es obvio que tampoco es requisito indispensable, ya que hay gente viva que sufre un infierno cada día.

Esperando frente a sus puertas, al contrario que en el Cielo, se acumulan una ingente cantidad de almas listas para entrar, en lo que se podría describir como la acampada de Woodstock o la entrada a un derby de fútbol. Pero claro, el orden de gobierno de las almas de los muertos tiene sus recursos y reserva para estas, como las de Adrián, un tercer lugar donde debe esperar la decisión definitiva.

Según la teología católica, el LIMBO es el lugar donde dichas almas esperan ser acogidas en el Cielo o relegadas definitivamente al infierno. Donde debes reflexionar sobre los actos realizados en vida. Un lugar íntimo y tranquilo donde hacer balance de esa savia que nos dan en un mundo lleno de contradicciones e inseguridades. Un lugar sin prisas, pero, también, sin descanso.

Y allí mandaron a Adrián a valorar su vida, recordando cuando de niño tiraba piedras a los cristales de la abandonada iglesia de su pueblo, o cuando con trece años rompió el corazón de Rosita. Razonando sobre su carácter orgulloso y tajante sobre cuestiones tales como la familia que nunca tuvo, las personas que, por cuestiones partidistas, le hicieron perder su trabajo, obligándole a redirigir su camino, decidiendo no volver a encontrarse en igual situación.

Y, en aquel lugar placido, pero inquietante, se enfrentaba a una comisión intermitente, de estos ángeles, donde le escuchaban, en silencio, argumentar el porqué de esos actos que él consideraba motivo por el cual esperaba en esa especie de “cuarto de pensar” en una indescriptible oscuridad en el que lo mantenían y en el que sentía verdaderamente muerto. Y luego de tomar sus notas, desparecer.

En las primeras sesiones expuso, y pidió perdón, por todo lo que creía había hecho de malo en su vida. Haciendo hincapié, por su puesto, en lo bueno, fiel reflejo de su carácter comunicativo. En las siguientes, la sinceridad, pos soledad obligatoria, le llevó a abrirse y relatar su acérrimo odio hacia los inmigrantes que le habían robado su trabajo, pero recalcando, que sólo lo sentía en su interior, que nunca haría nada malo a nadie, por mucho daño que hubiera recibido.

Dichos ángeles no decían nada, sólo anotan y marchan, obligándole a reflexionar inclusive sobre sus propios arrepentimientos actuales, su nueva forma de ver los actos cometidos: esos que él no diera nunca el valor que tenían verdaderamente para acometer su inalcanzable entrada al paraíso.

En las últimas sesiones, vacío de arrepentimiento, sólo albergaba preguntas: ¿por qué?, ¿cuánto tiempo?, ¿he sido tan malo?

Y, tras ellas, pasando por los estados lógicos y obligatorios de una persona a la que dan un lugar donde recapacitar, volvieron los ángeles.

–Ahora que tu periodo de descarga emocional ha concluido, podemos decirte la razón por la cual estas aquí. ¿Conoces a una mujer llamada Amalita?

El inanimado corazón de Adrián, pareció intentar volver a palpitar, mientras, ahogadamente, les explicó que la conocía.

-Sé quién es…., Está muerta.-

-Sí, ya descansa con nosotros. Su corazón ya ha abrigado la paz.-

Las palabras ya no fueron necesarias. En su mente apareció su figura, calada de pies a cabeza, intentando que alguien la llevara.. que alguien la alejara de aquel pueblo, muerta de frío al borde de la carretera. Y volvió a ver sus ojos desesperados bajo el vendaval de aquella triste noche de noviembre, intentar hacerle comprender que le necesitaba, sin que él le echara cuenta, mientras su figura se desdibujaba en el cristal empapado de agua.

-Sí, Adrián, esa es tu culpa, la que nos obliga a retenerte hasta que enmiendes todos tus actos. La cual, ni siquiera haz llegado a interiorizar.-

Y Adrián volvió a abrir los ojos, y volvió a ver la luz del día, y ni el calor de su cama pudo retener su inquietud interior, al levantarse y dirigirse hasta el salón, para volver a coger el periódico del día anterior y releer la noticia de la muerte de Amalita.

“Hallada muerta en las cercanías de San Justo una mujer de procedencia Nigeriana. Se especula sobre su posible asesinato, obtenidos los primeros indicios. La joven, preguntados los vecinos de éste pueblo, ejercía la prostitución para mandar dinero a su pobre y desarraigada familia en el Campo de Refugiados de Baga”

Y Adrián lloró amargamente y desconsolado, por no reconocer en él un buen candidato para tocar las puertas de Cielo.



Sergio Suárez Hernández

2 comentarios:

  1. Ameno relato escrito con prosa de primera. Interesante e innovador

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  2. Muchísimas gracias Ildefonso, por tu amable comentario. Es halagador, y que da ánimos para seguir.

    Un enorme abrazo

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