jueves, 6 de noviembre de 2014

Mi Aurora


Nunca pensó en tener un hijo, y nunca, por supuesto, pensó que las brillantes luces del paritorio le pudieran producir aquella jaqueca. Los indescriptibles dolores que sentía con cada contracción se duplicaban con su exposición a la inmensa luz, que contradecían, irónicamente, su actual sombría vida. 

Nueve meses temiendo que llegara este momento, y ahora tan sólo deseaba que se fundieran los plomos.

El sudor que resbalaba por su espalda hasta empapar la camilla, llevó su mente hasta aquel fatídico día en que entregó todo su amor. Aquel día, del que ya no quedaba más que un no deseado hijo que en breve se enfrentaría a la brillante luz que la desconcertaba entre fuertes dolores y amargos recuerdos.

Nueve meses pensando qué hacer después, siendo consciente, de no querer saber nada de lo estaba a punto de salir de su cuerpo. Tan sólo tenía claro una cosa: su nombre. Si era varón se llamaría como su desatento padre: AMAN, para que su nombre recordase a todos el desierto, el silencio y la soledad que ella misma había padecido durante todo su embarazo, y para que perdurase el nombre de un cobarde. Pero si era mujer, lo tenía infinitamente claro: AURORA. Si había algo en este podrido mundo que le hiciera sentir, casi, como aquel día, era poder disfrutar del espectáculo de la Aurora Boreal. La reacción de las partículas solares al ser rechazadas por la atmósfera, produciendo aquel infinito baile de colores, sentía que era la cosa más hermosa que viera jamás.

La contundente mano de la partera la apartó, por un momento, de sus pensamientos, obligándola a calmarse y a intentar respirar acompasadamente entre las horribles contracciones. Pero ella quería volver, insistente, a aquella tarde. Sentir de nuevo el olor a hierba, a flores, al fresco aire de las cercanas montañas. Cuanto daría por sentir ahora aquel aire, puro y limpio, que le hiciera olvidar el olor a sangre que emanaba de su entrepierna.

No quiero mirar, pensaba. No quiero ver su cara. No quiero tener ningún recuerdo cuando la entregue en adopción.

Ya lo tenía todo preparado. Una familia normal tan sólo le había requerido a las monjas. Una familia que le dé lo que ella, ni quiere, ni puede darle.

Los instantes, cada vez más cortos, entre las dolorosas contracciones, los pasaba alejada de aquella habitación. En el lugar que hubiera deseado tenerlo. Aquel alejado prado que tanto rememoraba al cerrar sus cansados ojos de adolescente. Pero la realidad la volvía a traer haciéndola doblar su pequeño cuerpo, de dolor.

-Un poco más- Oyó que alguien decía, mientras ella cerraba con fuerza sus párpados. E incomprensiblemente, la luz se atenuó. Un silencio sepulcral abrigo su alma. Desaparecieron los dolores y su diminuto cuerpo se desplomó como una inmensa ola contra las rocas.

El llanto del bebé la llamaba, mientras ella intentaba volver a su lugar preferido. Ni los zarandeos de las enfermeras podían traerla de vuelta. Y estando atrapada por aquel recurrente recuerdo notó algo nuevo en el evocado paisaje. Algo irreal.

Por encima de las altas montañas, desde donde llegaba aquel aire fresco, pudo ver un bailante verdor sobre los altos picos. Y abrió sus párpados irremediablemente, al decir: -mi Aurora -


Sergio Suárez Hernández

2 comentarios:

  1. Un relato conmovedor, madre adolescente, algo que se repite con frecuencia y que muchas jovencitas no están preparadas para ser madres, pero al fin y al cabo, ¿quién lo está?

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  2. Muchas gracias Alejandra. Tienes mucha razón, ¿quién lo está?. Para lo que no está uno preparado es para el abandono, y menos en esos casos.

    Gracias por tu reflexivo comentario, siempre acertados.

    Un enorme abrazo.

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