viernes, 14 de noviembre de 2014

DOS VERDADES: NACER Y MORIR



Querida amiga:

Estás sufriendo, lo sé, y yo contigo. No sé por qué razón nos cuesta tanto aceptar las únicas verdades de la vida, nacer y morir.

Compartir con los seres queridos que acuden a nosotros para cobijarse cuando esperan la muerte de forma inminente, máxime cuando la sienten como enemiga que viene a arrebatarles el alma y se aferran a la vida, alargando su agonía, es un sufrimiento para el que no solemos estar preparados, los unos, ni los otros.

Me entristece sentirte sufriendo tanto. Sé por experiencia que son momentos de continuo titubeo entre lo que se debe, se puede, es mejor o peor, sin llegar a conclusión válida alguna, porque cuando no se ha vivido la experiencia, no se sabe cómo afrontar la situación, e incluso, habiéndola vivido, tiene connotaciones tan diferentes que limitan el uso del aprendizaje adquirido. 

El momento más cercano al final de la vida de un ser querido es muy doloroso y nuestra mente se resiste a asumir el duro sufrimiento que conlleva. Por momentos, parece que se raja el alma, que te revienta la cabeza, que te explota el corazón...Y corres de un lado a otro por laberintos que llevan ineludiblemente a un mismo lugar, cargado de pena e impotencia, donde consuela nada, donde hasta el llanto sobra, donde el silencio grita, donde la esperanza se agota y, llegado el momento justo, el tiempo parece eternizarse, la vida se desborda y se pierde. 

Y, casi siempre, te reprochas que algo se pasó por alto, estando atenta.
Y, casi siempre, te reprochas no haber dicho algo que deseabas haberle confesado.
Y, casi siempre, te reprochas que fueron pocos besos, abrazos; escaso todo.
Y, casi siempre, te reprochas que ocurriera cuando menos esperabas, esperando.
Y, casi siempre, te reprochas que faltaba alguien importante que olvidaste avisar.
Y, casi siempre, te reprochas no haberte dado cuenta del momento justo, estando alerta.
Y, casi siempre, te reprochas cómo se ha desenvuelto todo sin enterarte casi.

Todo parece nada, aunque te hayas vaciado y, te sientes tan perdida como el mismo consuelo, que debería estar abrigándote el frío, pero no se encuentra. 

Amiga, decirte que intentes evitar los, a veces inevitables, ”Y, casi siempre” para que, cuando ocurra el desenlace, puedas desahuciar pensamientos que suelen asaltar juzgando lo que podrías haber hecho y no hiciste. No desfallezcas, ten paciencia, exprésale el amor que salga de tu alma, abrázala, bésala, dale la mano, acaríciala, tócala, cuídala, mírale a los ojos, escucha sus respuestas, aunque sean calladas, respira sus silencios…Pregúntale qué quiere y dale si puedes lo que pida. Piensa en cada instante que son sus últimos deseos; su despedida. Después, sólo queda rezar.

Por último amiga, deseo que tu madre descanse en la misma paz que quede amparando a tus hijos, a ti y al resto de familia. ¡Ánimo amiga, es parte de la vida!

Abrazos muy, muy fuertes, de alma a alma, Menchi


AUTORA: Menchi Arbego

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