jueves, 29 de enero de 2015

El niño robado


Años y años con el pensamiento amarrado a la misma pregunta habían desgastado su cerebro y lo habían incapacitado para pensar correctamente. Ella lo sabía.

Sus habilidades intelectuales habían ido menguando conforme el tiempo pasaba y nada se resolvía. No llegaban noticias.
El mundo siguió su curso indiferente a su angustia y a su pena y ella en respuesta también se volvió indiferente al mundo.
Ni vivo ni muerto.
Ni si.ni no..
Robado, llevado. Desaparecido...arrancado de cuajo.

Desde el día que se lo llevaron se había ido muriendo un poquito cada día roída por los sentimientos mas malos que puede albergar el corazón de un ser humano, miedo, angustia, dolor y duda. Por separado habrían sido terribles, pero juntos se entrelazaron en un nudo que le fue apretando las venas, la garganta, los ojos...el alma entera hasta que se quedó prisionera y ya no se pudo salir de aquella espiral de tormento.
Su niño.
Su luz, su cielo.
Se lo llevaron.

Alguien cuyo rostro ella no conseguía imaginar, hombre, mujer, monstruo...se llevó a su hijo de 6 años, y ahora casi cuarenta años después, con sus sesenta y ocho cumplidos, ella se sentó en su butaca a terminar de morirse. Se acomodó tranquilamente a esperar el ultimo aliento mientras se llenaba de una serenidad inédita después de tantos años de sufrimiento extremo.
Por su cabeza dañada que ya no sabía pensar en otra cosa, por un momento pasó el resumen de su vida.

Tuvo lucidez para reconocer en esas imágenes, las famosas diapositivas que había escuchado que el cerebro dispara unos minutos antes de apagarse para que te vayas bien consciente de tu vida. Bien jodido.
Le hizo gracia pues siempre imaginó que esa historia de las diapositivas era una soberana estupidez, como lo del ángel de la guarda o el ratoncito Pérez.

Se vio niña, jugando con sus hermanos en el patio del almacén de su padre. Mocita, esperando a su primer novio para darse unos besos escondidos de todos. Enamorada y casada con sus diecisiete y después pariendo.
Sus tres partos, tres dolores diferentes que le trajeron sus tres hijos igualmente amados, primero su niña, la mayor, la mujer que al hacerse grande le dio el apoyo necesario para no desplomarse camino de su locura interior.
Ella le dio nietos, le dio besos, le dio el amor de hija buena y la comprensión de su pena.
Pena en cierto modo compartida, pues quien robó su hijito también le había robado el hermano adorado a aquella nena dulce que tardó años y años en volver a sonreír.

Seguido de la niña nació el primer hijo hombre, que fiesta en la familia, que orgullo para el padre, que momento feliz. Ese niño dulce que con los años se hizo policía y que había dedicado su vida a perseguir pederastas y otros hijos de puta.
No se quiso casar y siempre evitó tener hijos.
Sólo de pensar que alguien se llevaba a su hijo como se habían llevado a su hermano hacía que se le llenara la boca de sangre.

Y por fin el Keko, el peor de los tres partos, el que más le costó echar al mundo. Su niño chico que venía a completar la alegría de todos, la de la hermana que lo veía como un muñeco vivo y fue quien le cambió el nombre por aquel apodo. La del hermano, que desde el primer día le metía carritos en la cuna, bolas y lagartijas para acelerarle el crecimiento y que pronto pudiese jugar con él.
La del padre, que lo miraba y no podía esconder una sonrisa al ver en el bebé una copia del abuelo al que tanto había querido y que ya no estaba allí para disfrutar de aquel biznieto de venía con su cara.
La de ella, que lo quiso desde el momento de la primera falta y que al tenerlo en brazos por primera vez lo llenó de besos de bienvenida casi avergonzada de aquel amor excesivo por el bebé que acababa de llegar.

La siguiente diapositiva ella saliendo de los veintidós y 
entrando en los veintitrés con sus tres hijos y una vida por delante para verlos crecer y hacerse hombres. El marido a ratos bueno, a ratos regular , pero un hombre que no dejaba faltar nada en casa y que por encima de todo compartía con ella la pasión por los tres hijos y el afán por sus cuidados.

Todo iba a bien hasta que un día cuando fue a llamar a los niños para que entrasen a merendar, entraron los dos mayores y el chico no.
Salieron a buscarlo y no estaba
Al principio sin pánico, pensando que se hubiera escondido para jugar... que se hubiera dormido..que se hubiera ido a casa del primo..que se hubiera ido con el padre.. y así fueron descartando hipótesis hasta que comprendieron que alguien se lo había llevado.

Llevarse un niño es llevarse la vida de una familia entera.
Es un acto tan vil que lo modifica todo de una manera tan intensa que nunca más las personas se recuperan de ese dolor.
Ella se fue transformando en otra persona, perdió la fe en todo, la esperanza, la caridad, perdió las ganas de reír, las ganas de comer, las de dormir y las de vivir. 
Todas las ganas de todo.

Su concepción del bien y del mal había ido cambiando conforme ella se volvía de esponja por dentro. Había llegado a sentir envidia de las madres a las que se le moría un hijo por enfermedad o por accidente pues por muy duro que fuera llorar esa perdida, al menos ellas tenían un cuerpo muerto al que enterrar. Podían escoger una caja, meterlo dentro, velarlo, llorarlo, blasfemar, insultar al destino y después llorar su tristeza el resto de la vida.

Una tristeza bonita en cierto modo porque al lado del dolor por la perdida estaba la seguridad de saber que el sufrimiento del ser amado había cesado.
En su caso no fue así.
No sabía que destino había corrido su hijo, que crueldades podrían haberle infligido, que manos lo agarraron y con que fin.

Ya no había más diapositivas, o todas era igualmente negras.
Una noche perpetua de dolor eterno.
Estaba sentada en paz, sintiendo el alivio adelantado que sería para ella la liberación de la muerte. 
Por un segundo imaginó si sería verdad que había otra vida después de la muerte, y fue en ese momento que le volvió la Fe de pronto y rezó con mas fervor que nunca pidiendo una única gracia.

Pidió compasión a aquel Dios sádico que había permitido que alguien se llevase a su hijo y le pidió por favor que no la dejase vivir una vida eterna en aquel tormento.

Ella quería apagarse para siempre y dejar de sufrir.
Un descanso perpetuo de verdad, sin conciencia y sin recuerdos.
Con esa esperanza soltó su ultimo aire y dejó de respirar.


AUTORA: Isabel Salas.

4 comentarios:

  1. Relato estremecedor. Seguramente aunque no cuente un hecho puntual uno puede suponer que, desgraciadamente, a muchas madres les habrá tocado sufrir la pérdida definitiva e irreparable de un hijo y el no saber qué pasó con él y en un caso así concluir que la muerte de esa madre que sufrió esa pérdida ponga punto final a tanto dolor. En fin, mis condolencias a toda madre que haya pasado en su vida lo que pasó la de este relato.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas familias pasan por ese drama. Recuerdo hasta hoy el caso del niño pintor en Málaga, Jeremy en Canarias o tantos otros.
      Muy triste.

      Eliminar
  2. Guau. Indescriptiblemente intenso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es una realidad tremenda, que cuesta trabajo imaginar por lo dolorosa que es.

      Eliminar