martes, 19 de mayo de 2015

Los monstruos del romanticísmo


Siempre que cae en mis manos un texto del Romanticismo acuden a mi mente sus monstruos. Y me sorprenden. Esa mente agitada, esos momentos históricos que llevaron a los escritores decimonónicos a crear a Fausto, a Frankenstein, a Dorian y a don Juan. ¿Podríamos conocer todo un movimiento artístico y cultural tomándolos como base? Porque nunca antes la literatura había creado a seres tan extremos.

Empezó Goethe, anticipando un atormentado siglo y su búsqueda de libertad. Insaciable aprendiz de todo y con una curiosidad sin fin. Goethe y su Fausto, deseoso de conocimiento, de sabiduría. Un decepcionado con la ciencia que busca en el amor la felicidad. ¡Conocimiento total! ¡Como si eso fuera posible! Y ahí el diablo. Presente. Siempre acechando a los insatisfechos, a los que siempre “quieren más”, dispuesto a comprar su alma y convertirlos en sus esclavos.

Y Frankesntein nació de la pluma de una mujer; una jovencísima Mery Shelly que nos legó unos de los personajes de ficción del que más interpretaciones se han hecho. Literarias, cinematográficas, en cómics, en filosofía. ¿Qué ansia corroía al doctor Victor Frankenstein, para llevarlo a desafiar a Dios? ¿Vida de la muerte? Lo consiguió. Eso sí, con la ayuda de la ciencia (no por la magia de los milagros como le ocurriera a Lázaro o a Jesús). Su bravuconería debía ser castigada y “el hijo” se volvió contra “el padre”. “¿Quién te crees que eres, Victor?”.

Y nos queda otro insatisfecho. ¿Por qué Dorian Grey no se contenta con nada? ¿Por qué todo es para él insuficiente? Ni lujuria, ni poder, ni dinero logran aplacar su sed. Sed… ¿de qué? La eterna juventud que ve como todo y todos a su alrededor se desmoronan y Dorian… en pie. Cada vez más bello mientras su imagen se denigra hasta lo imposible en ese cuadro en el desván. Óscar Wilde solo escribió una novela; esta. ¡Qué personaje nos dejó! Tan encantador como una serpiente. Nos muestra la lucha interior de su autor siempre sostuvo entre la luz y la oscuridad. El bien y el mal.

Y en España Zorrilla no crea, sino más bien “se recrea” con la figura de don Juan (que Tirso de Molina nos regaló allá por el siglo XVII) y lo populariza hasta convertir esta obra en la más representada del teatro español. Don Juan Tenorio; ese burlador irreverente, insolente y desafiante; orgulloso de sus fechorías y dispuesto a enfrentarse con Dios con su “¡Cuán largo me lo fiáis!”

Dios y el demonio están profundamente presentes en estas obras. Y en la vida de sus autores, por supuesto. Los cuatro personajes desafían a Dios. Los cuatro pecan. La insatisfacción es su cruz. ¡Quiero más! Y son castigados severamente. No hay perdón posible. Pero uno se salva. El amor de una mujer logra salvar a don Juan al filo del abismo. Quizá es este quien anuncia el fin del Romanticismo; sin castigo no hay pasión y sin pasión se acabó este movimiento.

Fausto, ¿cómo osas querer poseer la total sabiduría?

Victor, ¿pretendes convertirte en creador de vida?

Dorián, ¿qué te hace pensar que podrás librarte del destructor paso del tiempo?

Juan, ¿estás seguro de que alguna deuda puede quedarse sin pagar?


AUTORA: Victoria Monera

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