miércoles, 31 de diciembre de 2014

Se marchitó la Rosa





¿Alguna vez habéis tenido la sensación de que más feliz no se puede ser?, pues yo si. Pero me equivoqué.

Yo tenía por aquel entonces treinta y cinco años, casado y con un buen sueldo. Para que quejarse, era lo que muy pocos en esta vida podían conseguir.

Tres perros, una buena casa, un coche deportivo.... la vida me sonreía.

Pero como todo en esta vida, todo tiene un principio y un final.

Por aquel entonces, ya le había comentado a mi bella esposa, mi rara enfermedad. Un caso entre cien mil.

Ella siempre se sonreía y me llamaba exagerado. No tenía idea.

Todo sucedió una tarde, dormidos en el sofá. Uno frente al otro, como siempre en la siesta. Un apretón y el maloliente hedor salió de mi trasero.

¡Dios! Juro que no fue mi intención.

Los tres perros salieron despavoridos hacia fuera. Juraría que con lágrimas en los ojos. Se les oía ladrar y aullar.

Rosa, que así se llamaba mi mujer, empezó a gesticular y hacer gestos con la cara. De repente empezó a ponerse amarilla y con nauseas. La entendí perfectamente.

Salió despedida al baño. Me imagino que vomitaría, más que nada por los ruidos que hacía.

Yo asustado, le preguntaba si estaba bien. He incluso me permití restarle importancia, comentándole que se lo había advertido.

Era demasiado tarde. Su cara lo decía todo.

Bajamos a ver que les había pasado a los perros. Dos de ellos se encontraban asomados a la ventana y el otro estaba tirado en el suelo.

Rosa cogió al perro y sin mediar palabra, empezó a agitarlo. No obteniendo respuesta, cogió las llaves del coche y se dirigió al garaje. Yo la seguí si decir nada. Su rostro era de asombro.

Salimos hacia el veterinario. Todo el trayecto mudos. Solo gestos de incredulidad por parte de mi esposa.

Llegamos a la consulta. No se comentó nada delante de mí. Rosa se encargó de todo.

Cinco minutos después, oí ladrar a mi perro y pude respirar tranquilo.

Rosa y coco, que así se llamaba, salieron con el veterinario. Un breve saludo de manos y cada uno a lo suyo. Pagamos la factura y nos fuimos.

Ya en el coche, un silencio incómodo, hasta que mi mujer me grita ¡un peo*! ¡un peo!
Y llorando me dice....casi matas a nuestro perro.

En fin, se preguntaran porque mi vida cambió.

Mi mujer no aguantaba más. Se llevó a los perros, la casa, el coche....todo. El juez le dio la razón. Y ¿por qué?... En el juicio se me aflojó el estómago.


AUTORA: Carmen Palencia

* acepción canaria (pedo)

3 comentarios:

  1. JAJAJA!...ESTA ENFERMEDAD ES MUY COMÚN...
    Y ADEMÁS INCURABLE, JAJAJA.
    FELIZ 2015 CARLOS.

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  2. Jajajaja, fue un pedo desafortunado, otros tienen un destino mas llevadero. Me hizo acordar un breve cuento. Un amigo bailaba en una boite un bolero con una linda chica después de haber bebido bastante. De pronto le confiesa "tengo un pedo" (Aclaremos que en Argentina se le dice así a estar ebrio) La chica, amablemente, le contesta: "Pues no se te nota". Y mi amigo le dice: "Claro, porque todavía no me lo tiré",jajaja. Feliz año!!!

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  3. jajaja... es genial tu relato¡¡¡

    buenísimo el final, un estoicismo impecable el de tu personaje.

    Un saludo¡¡

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