jueves, 11 de diciembre de 2014

Olvidando mis huellas hacia mi destino



Recuerdo el día que percibí como se comunica mi alma conmigo. ¡Y no habló, ni invocó, ni siquiera susurró! Con la calma de un “glaciar” se fue mostrando, y quebró mi mundo, como cuando la inmensa mole de hielo se arroja al mar para convertirse en un imponente y aventurero iceberg, Ahí, cuando no puedes evitar que te salpique su presencia.



Recuerdo que fue sobrecogedor, y más siendo tan descreído. Nunca me hubiese planteado el hecho de pensar en ello. Jamás antes hubiera reparado en todo lo que a posteriori mi mente me mostró, en una inevitable regresión, enseñándome todas las veces que había intentado infructuosamente hacerme ver su necesidad de contactar.

Recuerdo reconocer que estaba perdido y que, ¡pobre de mí!, la vida había pasado en un suspiro, anodina y conllevada como quien acompaña un féretro unos cientos de metros antes de su sepultura. Así me sentí al descubrir lo sordo y distraído que había vagado por este mundo.

Recuerdo sentir una inmensa pena, que luego convertí en inquisidora rabia. Contradichas sensaciones que más tarde tuve oportunidad de reflexionar con calma, pero que en ese momento surgieron como fuegos de artificio subiendo por mis venas. No creo haber sentido antes nada tan claramente. 

Ahora recuerdo vagar por la playa olvidando mis huellas hacia mi destino. La brisa marina invitaba al paseo, mientras mis pensamientos se dividían entre el reflejo de la luna en las tranquilas aguas y la visión de otros paseantes disfrutar de aquella tarde tan especial. 

Y recuerdo oir el furtivo chapoteo de algo que alguien arrojaba al mar para luego alejarse apresuradamente. La escena no se hubiese diferenciado de otras tantas, a las cuales se acostumbra uno, quiera o no, si no se hubiera producido un movimiento extraño dentro de aquella bolsa que palpitaba convulsa sobre las resacadas olas introduciendola mar adentro.

Recordaría como me introduje en el mar al darme cuenta que algo vivo luchaba por no hundirse, si mi nerviosísmo no hubiera borrado aquellos desesperantes segundos hasta que logré alcanzarla a nado. Sé que no fue fácil asumir la frialdad de aquella persona, al romper apresuradamente el duro plástico. 

No recuerdo haber visto nunca nada tan hermoso. La carita más dulce que he visto en mi vida, luchaba freneticamente por volver a tomar un poco de aire puro, mientras mi alma, sí, mi alma, me mostró el mayor sentimiento de amor que había vivido hasta entonces.

Recuerdo que no dudé al ponerle nombre, Sirena. Ya ella no está conmigo, pero su recuerdo sigue presente en mi, por muchas razones. Fueron diez años de inolvidables momentos, donde, la perrita más agradecida del mundo, me devolvió, con creces, todo el amor que yo le había dado desde el primer segundo que nos mirarnos a los ojos.

Recordaré toda mi vida aquel día de descubrimientos: por mi pasión por los animales desde entonces, y por poder por fin escuchar a quien clamaba desde dentro de mi.

He tenido grandes conversaciones desde aquel día con ella, y ninguna me ha dejado indiferente. Mi alma me intentaba mostrar a los pobres que deambulan por mi ciudad, a los que ni tenía en cuenta, sin percatarme siquiera de su presencia. Ahora ya nada se escapa a mi vista… ni a mis sentimientos.

Han pasado treinta años, los mejores de mi vida, desde aquel extraño día. Y ahora puedo deciros cómo se comunica nuestra alma con nosotros.

Cada vez que percibas algún sentimiento en tu corazón, es ella que intenta comunicarse contigo. 


Y ya sólo puedo añadir...  ¡Siente!… tú, sólo siente.



Sergio Suárez Hernández

3 comentarios:

  1. Es triste pero cierto. No pocas veces, el momento en que recibes un banquetazo en toda la frente es cuando asoma la Verdad: llevabas todo el tiempo sentado encima.

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    1. Gracias Cris, y pasa con demasiada frecuencia. Creo que la edad es el mejor desactivante de este mecanismo interior que no nos deja ver con claridad lo que es tan obvio.

      Gracias por comentarlo y, sobre todo, por leerlo. Un enorme abrazo.

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  2. çmaravillosa experiencia..Gracias por compartir algo tan trascendente..Saludos Carlos

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